lunes, 28 de agosto de 2017

Opinión. Atentados terroristas islamistas



¡Crucificadme!

HÉCTOR MUÑOZ.  MÁLAGA

La responsabilidad última del fanatismo criminal del Dáesh es la de los propios sicarios que perpetran las ejecuciones de tantos inocentes. También de aquellos que, a través de su ascendencia religiosa, los captan, los convencen y los preparan en un perfecto caldo de cultivo, propiciado —la mayoría de las veces— por situaciones de marginalidad social, aun siendo ciudadanos del mundo occidental.


Olga Rodríguez - Periodista especializada en Oriente Próximo

Este análisis, sin dejar de ser cierto, se cae de simple. La barbarie no nace por generación espontánea. Sus causas están ancladas en un pasado lejano —cuando, hace un siglo, tras la Primera Guerra Mundial, los británicos y los franceses se repartieron el oriente medio a golpe de escuadra y cartabón—, en otro muy reciente (Afganistán, Irak, Siria) y en un rabioso presente dominado por los intereses estratégicos y comerciales del bloque occidental y de sus aliados árabes, principalmente la todopoderosa Arabia Saudí, país en el que los derechos más básicos se tratan con decapitaciones públicas y apaleamiento de mujeres.


Arabia Saudí: conmutan la pena de muerte por ir a la Yihad

No es ningún secreto, con evidencias de todo tipo, que Arabia Saudí y Qatar organizan, arman y financian grupos terroristas islamistas; lo hicieron con Al Qaeda y lo hacen con el Dáesh. El exsenador norteamericano Bob Graham, principal autor del informe clasificado del Senado sobre los atentados del 11-S, declaró: «El Dáesh es un producto de ideales saudíes y dinero saudí».

Y ahora vayan buscando buenos cantos para lapidarme, si con ello creen limpiar sus conciencias: es vergonzoso que el Gobierno y la Monarquía española mantengan relaciones comerciales con los mecenas del terrorismo islámico, o que todos los partidos del Ayuntamiento de Cádiz, —incluidos Psoe, IU y Podemos—, apoyaran la venta de barcos de guerra a los saudíes, con los que podrán reventar a la población civil de Yemen. “Pan o ideología”, se dijo en su momento.

Los estadounidenses han organizado, entrenado y financiado grupos armados islamistas. Tampoco es ya un secreto. Según la BBC, Abu Bakr al-Baghdadi —el autoproclamado califa— fue detenido en 2004 por las fuerzas estadounidenses, y recluido en el centro de detención Camp Bucca, en Irak. Cinco años después, en 2009, al-Baghdadi es liberado por la Junta de Revisión. En 2010 se convierte en líder del Dáesh, y en junio de 2014 se proclama califa. Actualmente no se sabe a ciencia cierta si está muerto o no. Como lo de Bin Laden, todo un acto de fe.

Medios prestigiosos, como The Guardian o el Frankfurter Allgemeine Zeitung han reportado el envío de armas por parte del Reino Unido y la CIA a los rebeldes sirios, así como el hallazgo de armamento de fabricación francesa, norteamericana, alemana e israelí en zonas de guerra.


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Pero no solo es vergonzoso lo relatado; no vale quedarse ahí: es una política de corresponsabilidad meridiana con las masacres de Londres, París, Bruselas, Berlín, Orlando o Barcelona. Eso sí, que no falten las comitivas en los funerales, o que el gran problema sean las esteladas independentistas.

Azótenme si lo desean, pero los muertos son también parte del precio de las transacciones comerciales con Arabia Saudí y Qatar. Después viene el rechinar de dientes y el rasgarse las vestiduras. Malditos hipócritas.

¿Cuándo será el próximo? ¿O algún iluminado cree que ya se han acabado? ¿Qué resultado están dando las medidas que, en realidad, lo que hacen es recortar libertades a la población general?


Si les cuesta conseguir una cruz para ejecutarme, siempre pueden optar por quemarme vivo a lo Santa Inquisición. Pero, de una vez por todas, alguien tendrá que rebelarse contra tanto terrorismo institucional.



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