sábado, 15 de julio de 2017

Opinión: Las sociedades científicas




Sociedades tóxicas

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

El corporativismo médico es un veneno de mil colores. Las sociedades 'científicas' son uno de sus exponentes. No solo son inservibles desde el punto de vista social, sino que tampoco son útiles para la mayoría de sus socios. Concebidas y estructuradas por y para determinadas élites profesionales, se mueven cerca de los poderes políticos y cohabitan con ellos.

Que los dos últimos directores del Plan Andaluz de Urgencias y Emergencias (PAUE), de la Junta de Andalucía, hayan sido presidentes de la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES) no tiene apariencia de ser un hecho azaroso. Tanto el primero, el intensivista Francisco Murillo, como el actual, el internista Luis Jiménez, se han sucedido en ambos cargos. No hay que ser una persona retorcida para ver en tales lances una estrategia endogámica dirigida a perpetuar la connivencia política. Por cierto, según fuentes de la Dirección de la Unidad de Urgencias del hospital Carlos Haya de Málaga, el director del PAUE ha declinado asistir a este centro en varias ocasiones, a pesar de las numerosas denuncias sobre su pésimo funcionamiento. Parece ser que Jiménez tiene una agenda complicada.

Luis Jiménez Murillo, director del PAUE                               Europa Press/Junta de Andalucía


Después de pagar puntualmente la cuota anual —52 euros en la actualidad— durante 25 años, muchos socios no saben responder a la pregunta, ¿qué ha hecho por ti la SEMES? Algún descuento en la inscripción a un congreso o en algún servicio turístico. Ni la precariedad ni la penosidad laboral han menguado, antes al contrario: los niveles presentes de indignidad son vergonzantes, particularmente en Andalucía.

Nada habría que reclamarle a una sociedad exclusivamente dedicada a la ciencia. Pero a estos de la SEMES se les llena la boca en sus manifiestos con grandilocuentes declaraciones de buenas intenciones: «Dignificar las condiciones laborales y las condiciones de trabajo de los profesionales constituye una de las dos patas imprescindibles para poder hablar de una asistencia sanitaria humana». Para los directivos de la SEMES «algo está fallando cuando la intensidad de burnout entre el colectivo de profesionales de los Servicios de Urgencias y Emergencias es muy elevado». Un acertado diagnóstico, que se volverá a quedar en agua de borrajas cuando terminen de presidir la mesa de honor en la próxima cena de clausura del siguiente congreso. Alguno —embriagado de éxito y de ginebra— se marcará una simpática conga o un Paquito el chocolatero, como está mandado.

¿Qué combatividad cabe pedirle a una sociedad cuyo presidente, Juan Jorge González, su secretario general, Javier Povar, y dos de los cuatro vicepresidentes son responsables de las unidades o servicios de urgencias en los que trabajan? Creen que conseguir la especialidad en Urgencias es el Non plus ultra de la cuestión; así llevan más de dos décadas, sin resultados a día de hoy, salvo que esta reivindicación signifique la madre de las justificaciones para continuar medrando, lo cual no deja de ser un buen resultado. Para ellos.

Los médicos de urgencias tienen claras las prioridades, y entre ellas no está la especialidad fantasma: plantillas generosas, contratos de calidad, trabajo digno, tiempo de docencia y respeto a la experiencia de los más veteranos, sin muchos de los cuales hubiera sido imposible aquella estructura asistencial de los 90 que tanto mejoró la atención urgente, a pesar de los políticos y otros pisaverdes.


Tal y como están organizadas, el problema de estas sociedades es que son tóxicas por contribuir a un corporativismo ciego, por su apego al poder y por ser venenosas hasta para el más anónimo de sus socios



domingo, 2 de julio de 2017

Opinión. La Comisión Bárcenas




La clave está en el mayordomo


HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA

Era un fiasco anunciado. La comparecencia de Bárcenas ante la Comisión parlamentaria que investiga la financiación del PP ha sido todo un ejemplo de inoportunidad política.

El extesorero del PP ya había advertido, a través de los medios, que no iba a responder ni una sola pregunta que pudiera comprometer su defensa en los dos procesos judiciales en los que está inmerso. Y volvió a repetirlo al comienzo de la sesión, antes del turno de la representante del PSOE, Isabel Rodríguez. Está en su legítimo derecho. Aun así, intervino en bastantes ocasiones, bien para puntualizar datos, bien para dar algún puyazo a sus interpelantes.

Y hay que darle toda la razón en lo que contestó a Irene Montero: «Yo no soy el responsable de que ustedes hayan cometido la torpeza de convocar esta Comisión habiendo un proceso judicial que afecta a determinadas personas. En este momento, lo que prima es mi derecho a la defensa, por encima de la soberanía popular y de cualquier cosa». De chulería también anda sobrado el ciudadano Bárcenas.

La primera impresión que dejan las dos horas y media que duró la sesión es la de que PSOE y Cꞌs querían desquitarse de la etiqueta de blandos en la pasada moción de censura, particularmente el representante de Cꞌs, el actor Tony Cantó, sobreactuando en un papel de agresividad sobrevenida que contrasta con el apoyo que su partido ofrece al Gobierno de Mariano Rajoy.

Casi todas las intervenciones consistieron en un agotador esperpento de preguntas sin respuestas. Luis Bárcenas es, sin duda, la zona cero de la corrupción del PP; estuvo en el nudo de las comunicaciones y manejaba la caja. Lo que este no sepa, no lo sabe casi nadie; su defensa está basada en exculparse, salpicando lo menos posible a la cúpula de su partido, la actual y las anteriores. Una empresa harto complicada. ¿Creían los parlamentarios que iba a cantar en el Congreso? Resulta ridículo pensar que pretendieran tal quimera. Y si sabían lo que iba a pasar ─que lo sabían─, más ridícula aún se antoja la comparecencia del extesorero.

El único que supo leer con acierto lo que iba a ocurrir fue el portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, el veterano Joan Tardà: «Lo de hoy no deja de ser un paripé, porque no hay voluntad de hacer un reset; la prueba está en su silencio y en que cuando se llega al momento de la verdad, los grandes partidos políticos, y buena parte de la oligarquía, pactan que algo cambie para que todo continúe igual». El de Cornellá optó por dejar a un lado las preguntas que Bárcenas no iba a responder, para hacer un certero análisis sistémico de la situación política y social que sustenta la corrupción en España.




«¿Usted se considera una persona corrupta? Porque si usted no se considera una persona corrupta y está convencido de que ha hecho lo que tenía que hacer, en función de los intereses de su partido, esto nos llevaría a reconocer que este sistema no solo está podrido, sino que, además, no tiene solución». Tardà no se quedó aquí y puso sobre la mesa el fenómeno social que mantiene al PP en el poder: «¿En algún momento pensaron que la ciudadanía les iba a pasar cuentas? Fíjese hasta qué punto todo está podrido, que ustedes estaban convencidos de que los ciudadanos les seguirían votando. ¡Y además tenían razón! Porque nadie puede negarles que han ganado las elecciones». El portavoz de ERC interpretaba así el pensamiento político de los dirigentes del PP: «Si hacemos lo que hacemos, y los ciudadanos nos siguen votando, es señal de que hemos sido capaces de convertir la mierda en un perfume».

De forma puramente retórica, el político catalán trató en vano de convencer a Bárcenas de que debía pedir perdón y contar toda la verdad, a sabiendas, claro está, de que le estaba pidiendo a un olmo que le diera peras. Por otro lado, acertó en restar protagonismo a la figura del extesorero: «Yo sé que usted no es el señor; los señores son aquellos empresarios que pagan y corrompen. Usted es más bien mayordomo o criado».


Al contrario que en muchas novelas policíacas, en las que finalmente el culpable de un crimen se halla entre el personal del servicio, el culpable de esta mala pesadilla que vive España no es el mayordomo, pero en él está la clave.