El
hospital Carlos Haya está gravemente enfermo. Lo sabemos a ciencia cierta los
que lo conocemos por trabajar en él desde hace más de un cuarto de siglo.
En
realidad, el hospital malagueño es una más de las muchas víctimas que va
dejando la epidemia que asola a la sanidad pública de Andalucía: los recortes
de la Junta en materia de salud.
Informativamente
hablando, estamos viviendo un verano incierto. A las noticias sobre la falta de
cobertura de profesionales en urgencias y centros de salud, les suceden otras
que muestran a Susana Díaz inaugurando centros sanitarios, o al consejero
Aquilino Alonso celebrando el éxito de un trasplante de piel. Esto se llama
propaganda.
Susana Díaz inaugura el Hospital del Guadalhorce www.cartamaaldia.com
En
estos días también nos enteramos de que dos profesionales de enfermería sufren
agresiones físicas y verbales en el servicio de urgencias del hospital Carlos
Haya (1). No son hechos aislados; puedo dar fe de que, lamentablemente, son
cotidianos. Yo mismo, sin ir más lejos, he sido objeto de ellos.
Es
posible que los usuarios entiendan que los trabajadores somos los responsables
de las deficiencias que tienen que soportar. Es lógico que les cueste
comprender que los únicos culpables son los mismos que ven en Canal Sur
inaugurando obras o publicitando logros científicos. Cuando Susana Díaz se
defiende de las críticas diciendo que el Sistema Sanitario Público de Andalucía
es la «joya de la corona», está enviando un mensaje envenenado contra los
profesionales.
La violencia
es difícilmente justificable, menos aún cuando se ejerce cobardemente contra un
trabajador. El nivel cultural tiene mucho que ver en todo esto. Sin los
resortes de una educación consistente, los pueblos son muy vulnerables a las
estrategias persuasivas de los poderes públicos.
Y al
final pagan los justos y no los pecadores. Este es el poder de la propaganda
política.
En la
segunda mitad del siglo XIX, particularmente entre 1867 y 1870, el pueblo Comanche,
uno de los pueblos autóctonos de Norteamérica, estaba siendo cada vez más diezmado
y arrinconado por los colonos y el ejército yanqui.
Es
llamativo el hecho de cómo Hollywood (que nació por las mismas fechas) ha
conseguido edulcorar y camuflar el terrible genocidio de las tribus nativas de
América del Norte, hasta el punto, incluso, de convertirlos en los malos de la
película, en unos salvajes 'pieles rojas' que se divertían arrancando el cuero
cabelludo de los inocentes hombres blancos que ocupaban sus tierras.
Durante
el último siglo, varias generaciones de niños de casi todo el mundo han crecido
con este cliché cinematográfico y televisivo, asumiéndolo como el único, el
bueno, e imitándolo en sus juegos. ¿Quién no ha matado indios con su revólver
de plástico?
Afortunadamente,
siempre hay excepciones. Hace unos días rescaté una vieja y conocida película, El fuera de la ley, un wéstern de 1976
protagonizado por Clint Eastwood, en la que un hombre blanco (Josey Wales) huye
de otros hombres blancos y —¡sorpresa!— termina buscando refugio en tierras
comanches.
En
las secuencias finales de la trama, se produce un dialogo entre el protagonista
y el histórico jefe comanche Diez Osos, que merece la pena ver con atención. Frases
como «a ti y a mí no nos asusta la muerte.
Es más difícil la vida cuando los seres que has querido han sido violados y
asesinados», «no son los gobiernos
quienes conviven, son las personas; de los gobiernos no se recibe una palabra
justa, ni la lucha es justa», «te
aseguro que los hombres pueden convivir sin tener que matarse los unos a los
otros» o «es triste que las palabras
de los jefes de gobiernos sean falsas», retratan todos los genocidios
cometidos con los pueblos indígenas del mundo entero y todas las invasiones
perpetradas en nombre de la civilización, la libertad, la democracia, la
justicia o la paz. Así hasta el día de hoy.
Y
como siempre, la ficción creada por los criminales invertirá la realidad para
que los malos sean los otros.
Jefe comanche Diez Osos. Foto tomada poco antes de su muerte en 1872.
Joan Tardà, diputado y portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) en el Congreso, pone en evidencia a Pedro Sánchez y al PSOE en el debate de investidura
HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA
Más
allá de ideologías y preferencias, más allá de que se pueda estar o no de
acuerdo con él, coincidir o disentir totalmente o solo en parte con sus
postulados, y más allá del debate sobre la unidad de España o la independencia
de Cataluña, el discurso del veterano diputado catalán, el pasado 2 de marzo, en
la fallida investidura de Pedro Sánchez, merece una reflexión, lo más aséptica posible, sobre la situación política
en la que se encuentra el Reino de España.
El
parlamentarismo español clásico ha dado grandes oradores, como Castelar,
Sagasta, Segismundo Moret, Silvela, Pi y Margall, Nicolás Salmerón o los
malagueños Romero Robledo y Cánovas del Castillo, por citar solo unos pocos. En
tiempos de la Segunda República destacaron, entre otros, Azaña, Alcalá-Zamora,
Indalecio Prieto, Lerroux o Gil Robles. De entre los más recientes, cabe nombrar
a Adolfo Suárez, Felipe González, Durán i Lleida o el mismo Rajoy.
Quizá
Joan Tardà no posea la elocutio de
los clásicos, posiblemente porque practica más el catalán que el castellano y
depende mucho de sus notas escritas. Pero lo que no se le puede negar es la
claridad y la franqueza de su discurso, directo, irreverente a veces, con algún
puntito de macarrismo y golpes de un humor típicamente catalán. No esconde sus
cartas bajo un velo de retórica, como hacen muchos, y destila honestidad
personal; es un político que sabe lo que quiere y lo dice con vehemente claridad,
en Cataluña y en Madrid.
El
vapuleo verbal que le dio a Pedro Sánchez y a su partido fue de época; al PSOE
le afeó su clara deriva a la derecha, algo que a estas alturas ya nadie puede
negar. Lo acusó de estar más atado a los poderes financieros que a los ideales
socialistas y los intereses de la mayoría. Al candidato a presidente del
Gobierno lo tildó de «insensato» y «escaso de talla de estadista», comparando
la valentía de Adolfo Suárez durante la Transición con la pacata tibieza de
Sánchez en asuntos de Estado.
En
este sentido, Tardà jugaba con ventaja: es como poner un Boeing 777 junto a un
dron de segunda mano; las diferencias saltan a la vista.
Es mi más fervoroso anhelo que, cuando usted lea esta
carta, los médicos que llevan su caso hayan encontrado causa y alivio para ese
dolor que lo atormenta desde hace varios meses.
Como sin duda recordará, el día que
lo atendí en el servicio de urgencias del hospital Carlos Haya mostré cierta
preocupación por su dolencia, a pesar de la normalidad de los análisis y las radiografías
que le practiqué. Esa inapetencia y los kilos perdidos, además del punzante
dolor que le impedía hacer una vida normal —más por una caprichosa e inoportuna
intermitencia que por la propia intensidad del mismo— resultábanme ladinos
síntomas de un oculto disturbio.
He podido saber que de nada sirvió
la encarecida indicación que claramente escribí en el informe de alta para que
su cuadro clínico fuera estudiado con preferencia por el especialista
correspondiente, puesto que, como le expliqué —y usted comprendió perfectamente—,
en urgencias es imposible abordar todo lo que llega, en aras de atender a
aquellos que necesitan una actuación más inmediata. De hecho, no habrá olvidado
que mi petición de una simple ecografía fue rechazada por el radiólogo de
guardia, ajustándose a dicho criterio.
Imagino la sorpresa torcida en su
gesto, días más tarde, al comprobar que el Servicio Andaluz de Salud (SAS) y la
Dirección del hospital consideraron, en el mes de junio, que tal preferencia podría
esperar a finales de noviembre para una primera cita. Ya le advertí que el
camino iba a ser largo y sinuoso, a pesar de su sereno civismo y de su buena
educación —incluso, lastimosamente, a causa de tales virtudes—, y de mi empeñado
criterio profesional.
He seguido su particular calvario.
Lo llamo particular porque es el suyo, no porque sea excepcional; es la norma,
lo habitual en nuestra sanidad pública andaluza desde hace muchos años: un
ejército de dolientes sin respuesta, peregrinando de un lado a otro, reducidos
a un murmullo de sombras que solo se quiebra por el llanto de lo irremediable,
o por los gritos, las amenazas y los golpes de unos pocos que hacen del
trabajador sanitario de turno su personal cabeza de turco. Y todo ello ocurre bien
al fondo, detrás de los relucientes cristales de un escaparate adornado con
órganos trasplantados y brillantes bisturíes, estratégicamente colocados por la
negra, pero eficaz para sus intereses, propaganda política de la Junta.
Sé que no ha podido aguantar más y que
ha tenido que acudir varias veces a urgencias. Las mismas que ha vuelto a casa,
con una triste y creciente colección de agujeros en los glúteos, hasta que
llegue noviembre. Ya en julio, un mes después de aquella nuestra entrevista, su
estado está tan deteriorado y su familia tan asustada que, de nuevo en las
urgencias del Carlos Haya, se ve obligado a suplicar
alguna solución. Cuando yo mismo le recomendé que volviera a consultar si las
cosas no le fuesen bien y su estado empeorase, olvidé comentarle que no debía
esperar a los meses de verano. Ya es tarde, le ruego disculpas, estimado contribuyente.
Flaco favor le he hecho al no poder ahorrarle
los 45 minutos que se han demorado en preguntarle el motivo de su visita, más
las tres horas transcurridas hasta que la médico residente lo ha atendido en la
consulta; ni otras tres para conocer los resultados de la enésima analítica, cinco
para los de una ecografía —que ha resultado ser “poco valorable” por el
abundante gas intestinal que albergan sus tripas—, y dos y pico más hasta que
el especialista —un buen residente— le comunica que nadie tiene una idea
aproximada de lo que le pasa, y que lo mejor es ingresarlo en el hospital para
poder llegar a un diagnóstico. Total, catorce horas de su vida, un hilo en la
madeja del tiempo. Mas ¿qué le voy a contar yo? Todo eso lo sabe usted a
ciencia cierta y en carne propia.
Me siento tan atribulado, señor
usuario, que me resulta del todo imperativo darle alguna explicación más.
Alejado del corporativismo que tanto desdeño, le aseguro, con poco margen de
error, que todos los trabajadores que han intervenido en su proceso han dado el
máximo de sus posibilidades. Podría equivocarme en algún caso puntual, en algún
elemento fallido que lo fuere más por agotamiento o desmotivación que por
conducta negligente. El problema principal es que al SAS, al gerente y a los
directores, les importa un pimiento lo que usted tenga que esperar. No se
suplen con la solvencia requerida las bajas, los permisos, las reducciones ni
las vacaciones de ni uno solo de los estamentos del hospital. Habrá leído estos
días en los diarios malagueños ciertas denuncias en este sentido.
No quiero cansarlo en demasía, que
bastante tiene ya con lo que tiene; pero le daré unos apuntes más: en urgencias
del hospital Carlos Haya, la cobertura de médicos este verano no alcanza el
50%, siendo generoso, ya que se halla más cerca del 30% que de la mitad citada.
Mire si son malas las condiciones de trabajo y los contratos que ofrecen, que
ahora tienen otro problema: muchos médicos los rechazan porque prefieren
trabajar en hospitales privados.
El SAS quiere hacer lo mismo, o más,
con menos personal. Por ejemplo, hace varios días los celadores tuvieron que
atender las tareas de un trasplante —que son muchas y que requieren la máxima
diligencia— demorando obligatoriamente las habituales, como trasladar pacientes
críticos o hacer los ingresos en planta. Ni siquiera la poderosa Organización
Nacional de Trasplantes (ONT), que maneja recursos de sobra para mantener una
gran estructura logística e incentivar económicamente a los profesionales
implicados, se dignó a pagar un celador extra. Uno solo, que no es tanto pedir.
No es que durante el resto del año
la agilidad de la asistencia sea mucho mayor. Tiene días. Los sucesivos
gobiernos socialistas de Andalucía, como los del PP en otros lares, llevan
recortando en sanidad pública desde antes del pelotazo de Lehman Brothers. Pero
el verano es el momento ideal para sacar unas tijeras bien afiladas durante los
nueve meses restantes. Uno de los motivos, si no el principal, es que
en Andalucía (no puedo hablar de otras comunidades que desconozco) no se opera
en vacaciones. O se opera poco. No me pregunte el porqué. Consecuencia: estos
artistas del trueque cierran camas, las esconden, las inhabilitan o como
quieran llamar a esta operación anual. Y les da igual todo lo demás. Prefieren
mandar a los enfermos a las clínicas privadas concertadas (que en Málaga son el
centro asistencial San Juan de Dios —que se autodenomina 'Centro de Atención Integral a Salud
Mental y a las Personas con Discapacidad'— y el Complejo Hospitalario Integral
Privado, CHIP), que pagar un par de enfermeras para abrir una planta.
Imagen de camas que han quedado fuera de uso en el periodo veraniego diariosur.es
El
número de camas distraídas es un misterio porque no quieren hablar de ello con
la trasparencia que les caracteriza. Yo sí puedo decirle a usted que en las
navidades de 2015, solo en el hospital Carlos Haya (General, Materno, y Civil),
chaparon 198. Que se dice pronto. El gerente por aquellas fechas, José Luis
Doña, hoy ya no está. En su lugar han fichado —quédese con este nombre— a
Emiliano Nuevo Lara, exgerente del hospital de Jaén. Allí debieron ser tan
exitosas sus políticas de gestión, que le han encomendado los dos grandes
hospitales de Málaga. Acostumbrado a la avalancha poblacional que en estas
fechas inunda Jaén y sus infinitos olivares, lo de la Costa del Sol debe
parecerle una excursión de excéntricos. Pan comido. Retenga también estos dos
nombres: Miguel Ángel Prieto, director médico a perpetuidad, y Ramón Porras, el
artista de los contratos.
Emiliano
Nuevo Lara, gerente de los hospitales Carlos Haya y Clínico de Málaga /
diariosur.es
Y le sugiero tal
ejercicio porque esos son los responsables de los malos días pasados, de las
catorce horas que se ha comido esperando y de las que le quedan; sí, don
usuario, siento comunicarle que no hay camas libres en el hospital hoy, que
nadie sabe si las habrá mañana y que mientras tanto, con suerte, lo ubicarán en
una del área de Observación de urgencias. Con menos fortuna —gracia que a usted
no parece sobrarle— le aguarda un sillón reclinable. Espero que no le molesten
los gritos, las carreras, los quejidos y los ruidos de una zona del hospital
que no está pensada para enfermos que no la necesitan. Como es su caso,
afortunadamente para usted y para los que están en su misma situación.
De cualquier
manera, sea bienvenido. Ármese de valor y paciencia, que todo viacrucis tiene
un comienzo y un final, sí o sí. Suerte amigo.
Michelle L. Robinson perdió su apellido en 1992. Igual
que ocurre con todas las mujeres que se casan en los Estados Unidos. La señora
Robinson, tataranieta de un esclavo, pasó a ser conocida como Michelle Obama cuando
dio el sí quiero al actual presidente de su país. En el ocaso de su 'mandato'
como primera dama, ha llegado a España para dar lecciones de feminismo y de
igualdad de género. Y de paso, degustar tapitas y tal.
La reina de España y Michelle Obama / Rafael López (www.semana.es)
Al ver las imágenes de los arrumacos
con la reina Letizia y las multitudes admiradas frente a la ilustre
visitante, es imposible no recordar
aquello de «Americanos, vienen a España
gordos y sanos. Viva el tronío y viva un pueblo con poderío», que cantaban
los hambrientos paisanos de la larga posguerra, en la maravillosa película de
Berlanga, Bienvenido, Míster Marshall.
Un
informe de la ONU, elaborado en diciembre de 2015 (1), denunció las violaciones
sistemáticas de los derechos de las mujeres
estadounidenses, particularmente los de las pobres, indígenas, afroamericanas, hispanas,
inmigrantes, minoría LGTB, discapacitadas y ancianas. Este mismo organismo ya
había denunciado anteriormente (2) que la educación en EE. UU. es de peor calidad para
negros e hispanos, y que el fracaso y abandono escolar son mayores en estas
minorías.
Nueva York: mujeres en una marcha por la igualdad de género / J. Carrier (www.un.org)
Oficialmente, la visita de Michelle a España es parte de una
gira para promocionar su proyecto Let
Girls Learn, que pretende escolarizar a 62 millones de niñas y adolescentes
de todo el mundo. Es como querer arreglar la casa de los vecinos teniendo la suya
manga por hombro. En un acto celebrado en Madrid ante 600 estudiantes invitadas
por la embajada de Estados Unidos (3), ha ofrecido toda una cátedra sobre la desigualdad
de género. La regia anfitriona, otra importante defensora de los derechos
humanos, Letizia Ortiz, se ha deshecho en elogios hacia su gran amiga. Conmueve
ver pasear juntas por los jardines de La Zarzuela a estas dos incansables luchadoras
por la educación pública de calidad, y tal emoción no mengua aun sabiendo que
sus respectivas hijas no pisarán en su vida un colegio o una universidad de
titularidad estatal.
Acto promocional Let Girls Learn / Rafael López (www.semana.es)
La aún primera dama de EE. UU. aterriza en Madrid tras
desplegar su misión humanitaria en Liberia y Marruecos. Conviene recordar que Liberia es una antigua colonia
estadounidense, creada con esclavos libertos en 1822. La historia de este país
está sembrada de horrores y guerras propiciadas por la primera potencia
mundial. Parece que en casi un siglo no ha habido tiempo de escolarizar a las
niñas liberianas. Don’t worry, baby: para eso está Michelle. Marruecos es un
fiel aliado de su país en el control estratégico de la zona y un estado que
viola todo lo violable. No estaría de más conocer la opinión de la señora Obama
respecto a la escolarización de las niñas saharauis, condenadas por Mohamed VI
a crecer en campos de refugiados. Ahora solo le queda visitar Arabia Saudí,
otra monarquía amiga y muy celosa en el respeto a los derechos de la mujer. El
Nobel de la Paz está a su alcance; podrá lucirlo, junto al de su marido, en el
salón del hogar, sobre la chimenea.
Casualmente, el
presidente de los Estados Unidos visitará España dentro de ocho días, cuando Michelle
ya se haya marchado. Ahí se nota que son una pareja muy liberal e independiente.
El bueno de Barack también va a dar lecciones, con toda seguridad: democracia,
libertad, solidaridad, etcétera. Es una pena que en ocho años de mandato no
haya conseguido limitar el uso de armas de fuego por la población civil, ni
mejorar la casi inexistente sanidad pública de la nación más rica del mundo, ni
evitar que la CIA financie el terrorismo islamista (4) e intervenga en países con
recursos naturales que resulten interesantes y lucrativos para las grandes
corporaciones norteamericanas; de haber ocurrido lo contrario, sería hasta
creíble. Bueno, al menos ha templado relaciones con Irán y ha dejado de joder a
los cubanos. O eso creen ellos.
Si el río de babas patrias
ha sido notable con la visita de Michelle, lo del señor presidente va a ser
apoteósico. Como en la peli de Berlanga: «Os recibimos, americanos, con alegría. Olé mi madre,
olé mi suegra y olé mi tía».