jueves, 17 de septiembre de 2015

Abel, celator. Relato corto por entregas (8)

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  ABEL
CELATOR

IX

Olor a podrido

El aroma de un café recién hecho impregna la redacción del periódico delatando la presencia humana. La luz del mediodía irrumpe altanera a través de los amplios ventanales. Solo los avisos electrónicos de los ordenadores y de sus propios teléfonos móviles rompen arrítmicamente la armonía del susurro de una conversación que parece lejana. El redactor jefe y Bárbara Mena ocupan una esquina de la mesa en la sala de reuniones.
―¿Qué me traes?
―¡Uf! No sé por dónde empezar, Lalo.
Bárbara intenta ordenar un torbellino de ideas, pasando de forma compulsiva las hojas de una libreta ―ora adelante, ora para atrás― repleta de anotaciones escritas tan anárquicamente que a ella misma le cuesta elaborar el hilo conductor.
―Deberías pasar diariamente esas notas a limpio o cantárselas a tu grabadora, porque con tanto borrón y tantas flechitas pierdes información cada hora que pasa. Comencemos por los dos firmantes de los diplomas.
―Han tomado caminos distintos en los últimos años. El gerente, después de una meteórica carrera, volvió a su antiguo puesto de médico después de las elecciones. Parece escondido en su servicio, alejado de cualquier cargo relevante.
―Eso no es muy normal…
―Efectivamente. Hay dos motivos. El primero es que se declaró ideológicamente neutral cuando todo indicaba que la oposición iba a ganar los comicios con un margen suficiente para gobernar.
―Es decir, que se ofreció al enemigo para conservar el cargo.
―Así es. Pero la apuesta le salió mal porque volvieron a mandar los de siempre, en minoría, gracias a un pacto poselectoral. Cayó en desgracia y no tuvo más remedio que dimitir.
―Esos requiebros no se perdonan. ¿Y el segundo?
―Un turbio asunto sobre contratos con clínicas privadas para hacer pruebas radiológicas a pacientes de la Seguridad Social y reducir las listas de espera. El que fue dueño y señor de uno de esos hospitales concertados, hoy está en el trullo por varios delitos de corrupción en el Ayuntamiento de Marbella.
―Alias 'Superkan', recuerdo el tema; lo llevaron los de El Orbe, pero aquello quedó en vía muerta porque el 'caso Malaya', con la Pantoja y compañía en plan star system cutre, eclipsó las redacciones de todos los medios. Era lo que más vendía.
―Sea como fuere, la Junta tenía sobrados motivos para deportar a nuestro exgerente; en pago a los muchos años de servicios prestados, y cubriéndose de paso las espaldas, le ahorraron el bochorno de un escarnio público y le permitieron marchar, voluntariamente, a un cómodo gulag: su servicio de toda la vida.
―Y no fue el único, Bárbara. Sabemos de otros altos cargos de agencias y empresas públicas ―no todos mafiosos, también hay que decirlo― que salieron zumbando con el jopo entre las piernas, antes de quemárselo con las primeras llamas. ¿Qué más tenemos?
―La segunda firma. Este caso parece, en principio, más interesante.
―¿Qué has averiguado?
―Indalecio Gordillo, 38 años, Indi para sus amigos. Es  ingeniero industrial y técnico en prevención de riesgos laborales. Su nombre y rúbrica aparecen en los diplomas de marras como 'coordinador de formación', certificando la asistencia y la superación del examen, junto al visto bueno del gerente. En ese momento trabajaba en el hospital como simple técnico laboral. Inmediatamente después de estos cursos asciende a responsable de la misma Unidad. Y ahora es uno de los subdirectores de gestión.
―Una carrera rápida y brillante…
―Está muy bien considerado en los Servicios Centrales como hombre de confianza.
―¿Ese dato está abrochado?
―Tenemos los testimonios, obtenidos por separado, de dos responsables sindicales de la Mesa sectorial. Apuntan un futuro político no muy lejano.
―No sé si eso es suficiente.
―Espera, no he terminado. Su hermano mayor es un alto directivo de la Junta en asuntos de innovación y tecnología. He conseguido dos informes suyos encargados por la Dirección de Gestión del hospital. Los dos son favorables.
―No es de extrañar, entre esta casta el nepotismo es moneda corriente, y si no, que se lo pregunten a la hija del director, contratada al día siguiente de terminar la especialidad, en una de las empresas públicas de la Junta. ¿Qué más, Bárbara?
 ―Indi es un tipo muy discreto, pero ya le hemos puesto cara. Pepa anda husmeando los exteriores del hospital; no se deja ver mucho fuera de su despacho, y cuando sale se mimetiza muy bien con el personal que trabaja vestido de calle con la tarjetita identificativa colgada del bolsillo de la camisa. A veces suele andar con el personal de seguridad, pero no pisa la cafetería ni un bar cercano muy frecuentado por los trabajadores del centro.
―¿Con los de seguridad?
―Sí, parece ser que esa parcela le ocupa especialmente. Pepa filmó un video con su teléfono móvil, el día que la consejera visitó el hospital para dar una rueda de prensa sobre un exitoso asunto de trasplantes. La foto de siempre, con el delegado de la Junta y las eminencias de turno.
―El delegado es un cero a la izquierda pero no se pierde un retrato, el muy jodío. ¿Tienes el video a mano?
―Lo vemos ―Bárbara pulsa el play de su reproductor― y te lo explico.
La periodista mueve el ratón del portátil para señalar a Segura los focos de atención, congelando la imagen cuando éste se lo pide. El video es de una aceptable calidad a pesar de estar hecho a escondidas y con un smartphone: media hora antes de la llegada de la consejera, puede verse a Indi caminando tranquilamente por la explanada de acceso, escudriñando los rincones. En la oreja derecha lleva un pinganillo mal disimulado, cuyo cable se pierde bajo un elegante traje negro que se complementa bien con una camisa gris perla y una brillante corbata granate. De vez en cuando habla por el micro de su solapa, muy a lo agente de la CIA, en lo que parece ser una prueba de comunicación. En otra toma, habla con dos subalternos, también de paisano, y con los agentes de seguridad, a los que da indicaciones, se supone que organizándolos. Incluso departe con los dos policías nacionales apostados en la puerta del hospital.
Lalo observa a las muchas personas que pululan cercanas ―usuarios, familiares, personal, vendedores de lotería, taxistas ociosos―, y advierte la singular habilidad de Gordillo para pasar desapercibido, a pesar de toda su parafernalia detectivesca. Maniobra con gestos pausados y armónicos; sus movimientos parecen lentos, pero cuando se aparta de él la mirada, durante un solo segundo, ya ha salido del encuadre.
La tercera secuencia permite verlos llegar desde una rotonda próxima: dos lujosos coches, de color gris oscuro metalizado y cristales tintados, estacionan frente al kiosco de la entrada, con las luces de emergencia puestas. Así permanecen casi dos minutos hasta que se abren las puertas; comienzan a salir las personalidades: la consejera, el fotogénico delegado y varios asesores con carpetas bajo el brazo. Un oportuno zoom permite al objetivo acercase a la escena. Con las batas puestas, blanquísimas y bien planchadas, los directivos aguardan solemnemente, en formación casi militar, al pie de la escalinata principal; varios metros por detrás de ellos, en un plano ligeramente más elevado y escorado hacia la derecha, Gordillo observa como les saludan los recién llegados; un protocolario y frío apretón de manos bajo una sonrisa de compromiso. La consejera toma la cabeza de la comitiva y es en ese momento cuando advierte la presencia de Indi. Con un mínimo gesto de su mano, frena al séquito y se dirige hacia él: dos besos, un comentario casi al oído y una carcajada a dúo. «Nos vemos luego», puede leerse de forma clara en sus labios. Lalo Segura desnuda a través de sus pupilas la imagen congelada; al fin, reacciona:
―Me recuerdan a Kevin Costner y Whitney Houston en El guardaespaldas.
―Eso mismo dijo Pepa cuando vimos el video, salvando las distancias, claro.
―Es evidente que este tipo tiene buenos resortes en las alturas. ¿Habéis investigado los contratos-programa de esos dos años?
―Sí. Casualmente, uno de los objetivos principales para la financiación del hospital era conseguir que, al menos, el 75 por ciento del personal acreditara tener superados los cursos de riesgos laborales.
―¿Para las unidades de gestión?
―Eso es lo curioso; el ítem se encuadra en el apartado 'formación' y no consta como requisito para cobrar la productividad anual. En los servicios clínicos reconvertidos a unidades de gestión, ese complemento económico va incluido en los incentivos de cada una de ellas.
―Sin embargo, mis fuentes aseguran que los cursos eran obligatorios para poder cobrar el complemento, y que la instrucción verbal sale de los despachos de los mandos intermedios. Éstos tuvieron que recibir la orden desde más arriba ―Lalo señala con su índice la imagen de Indalecio Gordillo, aún congelada en el monitor.
―¿También verbal?
―Seguramente. Si hubo alguna circular interna, a estas alturas y con los escándalos que se están produciendo en los cursos de formación, será complicado encontrarla.
―¡Estamos hablando de casi tres mil trabajadores! ―exclama Bárbara entre sorprendida e incrédula―, ¿cómo llega esa información a tantísimas personas?
―De la misma forma en que se planifica la difusión de un rumor: usando magistralmente las reglas propias de la propaganda. Y no era fácil: pedir al personal que asista a 21 horas de cursos y que después pase un examen, genera un notable malestar. De hecho así ocurrió al principio.
―¿Qué pasó para contentar a la gente?
―De entrada, dan unos plazos muy amplios. Después ofrecen la posibilidad de estudiar la teoría on line. Nunca se impartieron presencialmente. Arman el anzuelo con un incentivo económico, lo ceban con la promesa de un examen muy asequible y…
―Aparecen unos papelitos con las respuestas correctas, que se van pasando de unos a otros…
―¡Chica lista! Efectivamente, emplean quince minutos para hacer el examen en cualquier ordenador del hospital, consiguen un cien por cien de aciertos y cobran su productividad a final de año. Unos eurillos fáciles que añadir a los sueldos de mierda que cobran por cargar con la responsabilidad de cuidar la salud de los ciudadanos. Particularmente, no tengo ningún reproche moral para ellos ―enfatiza Segura, adivinando lo que está pensando Bárbara―, pero sí para los de arriba, que además de corruptos son corrompedores. Buscan su propio beneficio, que casi siempre es más político y de influencias que económico, y se postulan como los grandes hacedores del bienestar social.
―¡Va! No me des un mitin. Entiendo tu punto de vista, mas el hecho de que los trabajadores se presten a esas prácticas y sus sindicatos no las denuncien, me plantea algunas reflexiones sobre la penetración de la corrupción en todas las capas de la sociedad española.
―Los sindicatos están pringados, Bárbara, sólo tienes que seguir los casos de Andalucía o Madrid. De todas formas, me interesan esas reflexiones tuyas; escríbelas y prepararemos un buen editorial.
―¿De dónde piensas que salieron las respuestas correctas?
―Para mí es obvio: del mismo lugar en el que se elaboraron las preguntas; en cualquier caso, esto nos da igual porque es indemostrable. Hasta un juez lo tendría difícil. ¿Tienes más datos?
―El objetivo se cumplió en casi el 90 por ciento. Teniendo en cuenta que al año siguiente volvieron a repetir la jugada para que aquellos que no lo habían hecho el anterior tuvieran su oportunidad, podemos hablar de un éxito aplastante, con su correspondiente financiación. Por cierto, la resolución que habilita a Gordillo para poder certificar los cursos, está publicada en el Boletín Oficial; sale de la Dirección General de Desarrollo de Personal del Servicio Público de Salud.
―Sorpréndeme…
―La directora era en ese momento Raquel Cid: uróloga del hospital con carné de partido. Poco brillante como médico, según mis fuentes, ha ocupado casi todos los cargos posibles en la Junta desde los años ochenta. Menos de uróloga, ha hecho de todo. De jefa de servicio a directora general, pasando por gerente del centro, planes estratégicos, trasplantes y alguno más. Ahora ha vuelto y es la máxima responsable de la unidad de gestión. Tengo testimonios de todos los colores sobre ella, y pocos son halagadores.
―La tenemos fichada. Matías y Brahim andan tras sus pasos. Tiene un hermano nefrólogo que tampoco parece ser muy amigo del trabajo duro. Hay fotos de los dos tomando cervecitas cerca del hospital. Esa unidad mueve muchos euros, muchas influencias y mucha propaganda política. Prepara un informe. Estamos listos para salir con titulares en los próximos días. Solo información veraz. Somos El Diligente; nos limitamos a exponer hechos y datos. Para juzgar están los jueces, si lo tienen a bien.



Continuará



4 comentarios:

  1. Vaya jardín que se ha montado

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    1. La trama se va montando... ¡A ver cómo salimos de ésta! No es nada fácil para un aficionado como yo.
      Muchas gracias por tu comentario.

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  2. Llevaba varios días, como sabes, sin poder leer. Estos capítulos me reconfortan. Estoy enganchado. Sigue, campeón.

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    1. Muchas gracias amigo mío. Me alegro que estés mejor, hermano. Un gran abrazo y gracias por tus comentarios.

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