domingo, 30 de noviembre de 2014

Juegos de palabras


Mamar en tiempos revueltos

HÉCTOR MUÑOZ. MÁLAGA



La tremenda oleada mediática de casos de corrupción es solo el reflejo marginal de un problema mucho más profundo. Vivimos en un sistema impuesto por el pensamiento y la lógica de los verdaderos amos. Solo su cadena de mando puede ser visible, aunque con no poca dificultad. El hedor se ha instalado hasta en el último despacho, pero la sociedad civil está despertando de un letargo provocado y parece dispuesta a presentar batalla.

Mamamos desde que nacemos. Es más, después de llorar lo que hacemos es mamar. El bebé llora y mama, es lo primero que aprende. Mama de las mamas de mamá o mama de una tetina de silicona. O de ambas. Mama mucho o mama poco; pero o mama, o muere. Aquí ya se establecen las primeras diferencias, en el mamar, porque el mundo que nos acoge es distinto para cada cual, excepto en una cosa: de una forma u otra, por gusto o por obligación, por suerte o por desgracia, por ansia o por interés, todos mamaremos hasta morir. Vivimos mamando y mamamos para vivir. Mamamos viviendo y vivimos para mamar.
Ni siquiera cuando nos salen los dientes y nos dan la leche en un vasito de colores, dejamos de mamar; más aún: es a partir de entonces cuando mamamos más. El niño tiene que mamar una educación, un estilo social, unas normas impuestas y el rol para el que ha sido proyectado. En muchos lugares del mundo, en cualquier barrio de nuestra ciudad, otros niños solo maman miseria y violencia. Todos maman. En la escuela, a mamar de una enseñanza diseñada por los políticos de turno y a tener que mamarse un maestro gruñón o las mamonadas de un compañero mamón. En la calle, el niño debe mamar para desarrollar su 'proceso de socialización' o, en el peor de los casos, para sobrevivir.
Se mama en el sexo y se mama en los bares. Mamamos y terminamos mamados. Y seguimos mamando, de tantas maneras como significados tiene la palabra; nos hacen mamar en el trabajo, en la cola del paro o en la de los comedores sociales. Mamamos propaganda, publicidad y consumo. Mamamos best sellers como si fueran incunables y mamamos de los smartphones como si fueran nodrizas pasiegas. Y nos hacen mamar unos grandes mamones, que lo son porque maman mucho y  maman bien. Es lo que han mamado: mamar toda la vida para poder hacer que otros mamen lo que ellos deciden que tienen que mamar. Estos mamonazos andan por doquier y tienen querencia por los despachos. “Mama y deja mamar” es su consigna. Son grandes mamadores que consiguen una carrera brillante y varias cuentas corrientes. O una de las dos cosas.
En los tiempos que corren se mama mucho, pero es un mamar que ya no está bien visto porque a algunos les ha dado por llamarlo 'robar', 'corromper' o 'prevaricar'. Con la tele nos quieren distraer, exhibiendo poses de dignidad y pronunciando frases hechas, para que mamemos el discurso dominante; nos quieren convencer de su amor al pueblo y de que solo maman cuatro mamones execrables.

Son tiempos revueltos en los que da la impresión de que la gente, la que tiene que mamar, sí o sí, está vigorosamente harta de aguantar las mamonadas de tanto mamón suelto. Todo puede ser que, como buenos mamones, terminen siendo tierna carne de entrecot en una buena parrillada.

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