jueves, 28 de febrero de 2013

Día de Andalucía: tanto para nada


TANTO PARA NADA

Héctor Muñoz. MÁLAGA


El aire fresco roza la cara sin afeitar, con pelusa de dos o tres días, del joven Roque Ferrante; un airecito que lo acaricia, como una amante perfecta, bajo el solecito de una mañana de primeros de diciembre en la Acera de La Marina. Una mañana de domingo preñada de banderas, de color y de ilusiones. Aún evoca esa sensación, fiel a su piel después de más de 35 años, desde aquel cuatro de diciembre de 1977, en el que la cálida brisa otoñal de Málaga y los vientos de libertad que zumbaban por toda España, regalaron valor y emociones a aquella muchedumbre malacitana que se había tirado a la calle para reclamar el mismo trato concedido a otros pueblos de España en el llamado «Estado de las Autonomías».

Hoy es el Día de Andalucía. 2013, año de la crisis. Roque lee en su periódico los homenajes que los políticos dedican, como parte de sus obligaciones protocolarias, propagandísticas, a sublimar aquella conquista democrática del pueblo andaluz; eso sí, gracias a ellos, por supuesto, a pesar de que muchos ni estaban. Dan su discursito ―a lo allons enfants de la Patrie―, clavan unas cuantas medallas meritorias, y nombran un par de «hijas o hijos predilectos» que no suelen ser madres mileuristas, padres parados o esclavos pluriempleados con contratos de mierda: el perfil es diferente, más glamuroso. O están muertos. Como Manuel José García Caparrós, abatido por una bala represiva entre la Alameda Colón y la calle Alemania.

Roque sí estaba allí aquel día. Recuerda muy bien las caras desencajadas de los que huían y gritaban: «¡Que están pegando tiros!» La luz de la ciudad se había convertido en una atmósfera gris. La indignación no necesitó de redes sociales para contagiarse de forma pandémica, y como una ola de coraje arrasó, literalmente, las calles y todo lo que se puso a tiro. La noche fue tensa y ruidosa. Se oían gritos, consignas, lamentos e impactos de botes de humo perdidos, que caían silbando, caprichosamente, como granizo de Satanás. Ni Roque ni sus colegas de facultad, reunidos en casa de uno de ellos para preparar los exámenes, daban palo al agua: se quedaban en el balcón, mirando, como bobos, el negro humo que manaba de aquellas latas. La excusa era perfecta para no estudiar: la ansiada revolución estaba en curso.

También andaba Roque por el cementerio de San Miguel al día siguiente. Una carga policial le obligó ―como a otros muchos a refugiarse en el camposanto, buscando como loco un nicho vacío, en la convicción de que era mejor ocuparlo vivo que muerto. Lo mismo debió pensar un político progre de pelo largo, que corría como un etíope, el muy jodido. Igual buscaba un panteón, más acorde con el rango. Los momentos críticos llegaron cuando la manifestación se iba derecha al acuartelamiento de los grises en la Alameda Colón. Del tirón. Ferrante iba tan hipnotizado como la masa, que de forma casi automática, como programada por una íntima convicción, perdió el miedo, y con él, la prudencia. Les dieron lo suyo pero a base de bien; las bolas de goma, de goma muy dura, siseaban como fuegos artificiales, y las porras blandidas cortaban el frío, con cierto ritmo de tambor, apaleando sin descanso. ¡Toma, toma y toma! Algo más de dos años después, el 28 de febrero de 1980, aquel universitario veinteañero votaba gustoso en el referéndum, para ganar lo que podría haberse conseguido sin sangre. Pero ¿qué se consiguió?



Hoy, 33 años después, Roque tendrá que leer los logros de los políticos que desde entonces han gobernado Andalucía y la han convertido en una red de comisarios de partido que dirigen las instituciones, de forma opaca y sectaria. Porque en este día, todos, los que mandan y los que quieren hacerlo, se ponen de acuerdo para los actos oficiales. Tendrá que soportar sus poses chinescas, sus magistrales lecciones de democracia y convivencia ―a él y a tantos que no las necesitan―, la desvergonzada escenificación de su inquebrantable vocación de servidores públicos con intachable virtud, y toda esa pompa que repiten con jactancia todos los años, a cambio de un día de fiesta. Piensa, como muchos, que lo que hay hoy no es lo que los andaluces soñaron ayer, ni por lo que Málaga se sublevó y sangró. Andalucía quería otra cosa, pero la engañaron, y lo siguen haciendo. La corrupción no solo consiste en las tropelías de cuarenta ladrones, con sus falsos ERE o los sobres en negro; la corrupción se ha instalado en todos los despachos, se ha fundido con las decisiones más cotidianas, las que toman los elegidos como cargos «de confianza» (¿hay algo más mafioso?), los más dóciles, en aras del interés por mantenerse en el sillón durante cuatro años y no perderlo en las siguientes elecciones. Imponen exactamente el mismo sistema que mató a García Caparrós, pero sin uniformes grises ni balas criminales (por el momento); lo hacen sin ruido, con decretos y reglamentos, pausadamente, disfrazados de demócratas carnavalescos y escondidos tras una estructura burocrática diseñada para obstruir al ciudadano, para que éste no consiga conocer el caldo que cuecen ni a los que lo remueven al lento fuego de esta gran crisis social provocada por sus propias ambiciones.

Con el vértigo de la náusea alojada en el estómago, Ferrante, testigo de aquellos días y de los presentes, aprieta los puños y cierra los ojos. Sabe que el sueño aún está por ser una realidad, pero ignora cuál será el precio a pagar para verlo cumplido.


miércoles, 13 de febrero de 2013

Se han quedado con tu cara


Se han quedado con tu cara

Héctor Muñoz. MÁLAGA


El pasado día seis, el malagueño diario Sur publicaba una noticia sobre la reunión informativa ―calificada como  «muy tensa» por el citado periódico― mantenida por directivos del hospital Carlos Haya de Málaga, encabezados por el subdirector gerente, Javier Terol, con los trabajadores del Centro de Alta Resolución de Especialidades (CARE), dependiente de dicho centro hospitalario. El personal del CARE, que lucía camisetas negras para mostrar su oposición a lo que se considera un cierre encubierto del centro, colgó batas y pijamas de trabajo en las ventanas, como señal de protesta.


Según Sur (1), los directivos acudieron al CARE para informar a los trabajadores de que no está previsto cerrar el centro ni por la mañana ni por la tarde, y revela que Terol recriminó a los trabajadores que luciesen camisetas negras y que colgasen las batas y los pijamas en las ventanas. Según declaraciones del delegado sindical de la Junta Médica de Carlos Haya, Julio Martínez, «Terol ha amenazado a los trabajadores y ha asegurado que habrá represalias. A mí me ha dicho que se ha quedado con mi cara». Obviamente, las fuentes oficiales niegan tal acoso, pero podrían existir grabaciones ―realizadas con teléfonos móviles― que demostrarían los hechos.

¿Quién es Javier Terol?


Actualmente, como se ha dicho, es el «subdirector gerente» o «subgerente» de los dos principales hospitales de Málaga (Carlos Haya y Hospital Clínico Virgen de la Victoria), cuyas direcciones han sido unificadas en aras de una gestión más racional. Es un cargo novedoso, creado ad hoc.

El señor Terol, como todos, tiene un pasado y una trayectoria. Y un perfil público en la red social-profesional LinkedIn (2). Enfermero diplomado por la Universidad de Málaga en 1983, inició su meteórica escalada en 1996 como jefe de bloque de recursos humanos en el Hospital Clínico; de aquí pasó a responsable de «evaluación de proyectos y calidad» en el hospital de Antequera, entre el 2002 y el 2006, años en los que obtuvo, además, la licenciatura de Antropología Social y Cultural por la Universidad de Granada.

Entre 2006 y 2009 fue subdirector asistencial de la empresa pública Hospital Costa del Sol; según el perfil citado, entre abril y octubre de 2006 ocupó el puesto de Director Funcional del Área de Procesos de MESTESA (3), una empresa privada dedicada a la «asesoría sanitaria».

En 2009 fue nombrado director gerente del distrito sanitario de atención primaria Valle del Guadalhorce, y en 2011 director gerente del área sanitaria Serranía de Málaga, cargo del que fue desplazado ―en una profunda reestructuración que llevó a cabo el Sistema de Salud Andaluz (SAS) a finales del 2012― para ocupar el actual.

En el plano humano, los que lo conocen de sus tiempos en los que pinchaba venas y glúteos, lo consideran un ser campechano. Otros dudan de tal cualidad. Dicen que es devoto de la Virgen del Rocío y, como tal, peregrina anualmente en tan recogida muestra de fervor religioso, pero este dato no está confirmado.

En cualquier caso, tal biografía, asaz apasionante, ha de ser seguida con atención. Y lo será: no le quepa duda al señor Terol.


domingo, 10 de febrero de 2013

Typical



Typical

Los medios de comunicación se han hecho eco de la colocación de un artefacto explosivo de manufacturación casera en la madrileña catedral de La Almudena. Aunque no se han aclarado las causas por las que, felizmente, la bomba no ha llegado a detonar, el frustrado atentado ha sido reivindicado por un grupo de tendencia anarquista.

Héctor Muñoz. MÁLAGA

Dicen que Mateo Morral fue el anarquista que quiso cargarse a Alfonso XIII y consorte con una bomba, casera, por supuesto, que se le fue de las manos y mató a una treintena de inocentes conciudadanos. Vaya usted a saber. La cuestión es que, un siglo después, Morral vuelve a ser recordado por su sangrienta chapuza a propósito de otra mayor, en cuanto a la fechoría, aunque sin el rojo mortal de las heridas que él causó.

La verdad es que El País no termina de aclararse: un sacerdote descubre en un banco de la iglesia un paquete “rudimentario”, desaloja el templo y avisa a la policía. Nada de policía, llegan los TEDAX; ahí están los tíos. Dicen que se trata de “un artefacto explosivo, compuesto por un despertador, 1.200 gramos de pólvora negra prensada, una bombona de camping-gas y cerca de un kilo de tornillos”. Y que lo han “desactivado”, afirman, aunque dudan de que hubiera explotado porque “el reloj no funcionaba adecuadamente”. Es lo que tiene la crisis: los terroristas ahora compran en el chino. En la misma noticia se comenta que la bomba estaba en una bolsa de basura, cerca del confesionario; lo de esta España y las bolsas de basuras es una asociación digna de un psicoanálisis colectivo.

Un día después, las agencias de noticias informan de que, a través de Internet, el “Comando Insurreccionalista Mateo Morral” se ha responsabilizado de la chapuza. Cuando se lee el comunicado del comando, pésima y chusqueramente redactado, el reflejo natural se traduce en una carcajada, de esas que delatan la incredulidad más radical.

A estas alturas de la peli, en la que hasta los escrúpulos cotizan en bolsa, resulta complicado creer nada de todo esto. Ni los anarquistas son iletrados, ni las bombonas de camping-gas son de bolsillo, ni la policía ―que no es tonta― ha dejado de vigilar La Almudena. Esto hiede a propaganda negra. Negra y torpe. Negra y burda, descaradamente burda.

De todas formas, da igual que haya sido la tosca maniobra mediática de algún sector reaccionario que pretenda refrescar una memoria histórica afín a sus intereses, con el objetivo de emitir una señal de advertencia, o que se trate del subidón de unos coleguitas anarcas, empeñados en quemar santos; lo llamativo, lo trascendente es que entre unos y otros, y los que estamos en medio, comienza a tomar forma la idea de la vía rápida; la que no entiende de barcas; la de que aquí te cojo, aquí te mato; allá te pillo, allá te cepillo.

Igual el problema no son los desesperados, ni los desahuciados, engañados, estafados, ninguneados, agredidos o molestados; éstos tienen una paciencia harto demostrada. A lo mejor el problema son los que tienen mucho que perder con un golpe popular, poca paciencia para la reacción y ningún escrúpulo si hay que usarla.

Guste o no, se crea o no se quiera creer, la idea de cortar todo esto por lo sano comienza a rondar por muchas cabezas. En España y por doquier. No es solo un fenómeno nacional, es global; pero aquí nos gusta aderezarlo con iglesias, chapuzas, chanzas y bolsas de basura.

Con una típica nota de color español. Como está mandao.