lunes, 3 de septiembre de 2012

Así nos luce el pelo




La culpa es siempre de los otros


Héctor Muñoz. Málaga

No hay más cera que la que arde. La misma que lleva ardiendo durante todos los siglos que han forjado este ser español: no solo es la España de pandereta que amó y padeció Machado; es la de “mi equipo es el mejor del mundo”, aunque pierda siempre; la de “al enemigo no le doy ni agua”, y mucho menos la razón, aunque la lleve; la de “mi niño es el mejor hijo del mundo y el más guapo”, aún sabiendo que el pollo es un haragán profesional que tiene a la madre como criada y trapichea en las puertas de las discotecas para sacar lo que no le roba del monedero, además de ser físicamente lo más parecido a un gremlin malo; o la de “no cambio mi ciudad o mi barrio por nada del mundo” mientras se sortean con habilidad las mil y una cagadas caninas en aceras y parques, dando gracias a Dios cuando se pisa una, porque eso “da suerte”. Y al que se le ocurra hacer la más mínima observación crítica del equipo, del niñato, de la ciudad o del barrio, pasa automáticamente a la lista negra. O conmigo o contra mí. No querer reconocer errores y defectos ante los demás, por evidentes que fueren, no aceptar una crítica ajena justificada, no decir jamás: “señores lo he hecho mal”; es la España de siempre, turbulento río en el que se diluye la responsabilidad, en el que la culpa siempre es del otro.

La casi total desaparición del ejercicio autocrítico en el panorama político español, nacional y autonómico, conforma un estado latente de polaridad miope, cuando no premeditadamente organizada, que frena cualquier avance social. La autocrítica y el debate interno han sido, o al menos lo han pretendido, señas de identidad de la “izquierda” española. No obstante y sin término medio, estas sanas discrepancias pasaron de ser insalvables, en la Segunda República y aún durante buena parte de la Guerra Civil, a insignificantes en los tiempos que corren. Los intereses de partido, los cargos y los escaños han tomado descaradamente el lugar de las ideas. En cuanto a la “derecha”, no necesita ningún tipo de análisis porque se retrata sola a plena luz del día defendiendo los intereses del dinero y el paquete de “valores morales” heredados del feudalismo, el poder eclesiástico y la burguesía conservadora.

         Con todos los defectos y carencias que se le puedan atribuir, no parece que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, sea sospechoso de conservador. Por ello, sorprenden sus duras críticas públicas “a algunos gobernadores y alcaldes de su propio partido que han fallado en sus compromisos con los electores”, convirtiéndose por ello en “el primer opositor”, según sus propias palabras (Ignacio Ramonet, Le Monde Diplomatique en español, agosto 2012). El tiempo dirá si son manifestaciones populistas -que lo son- o se traducirán en decisiones firmes que releguen al ostracismo a aquellos que no respetaron las promesas electorales.

Independientemente de ello, tal declaración supone una pequeña lección desde la otra orilla del Atlántico para la coalición teóricamente más progresista del abanico político andaluz, Izquierda Unida (IU), y su decisión de participar en el Gobierno autonómico, avalada por casi todos sus militantes en un referéndum de resultados más que predecibles. Desde ese momento, callaron las voces del “ala dura” del partido, y solo su cabeza visible, el diputado y alcalde de Marinaleda, Sánchez Gordillo, mantiene el espejismo mediático de una lucha social trasnochada. Trasnochada porque el siglo XXI acaba de amanecer -muy nublado, por cierto- y la noche de broncas y juergas del XX ya terminó. Hambre y miseria hay para parar once trenes. El debate en la sociedad sobre riqueza y pobreza lleva instalado en ella toda la vida, por mucho que ahora el vicepresidente de la Junta de Andalucía, Diego Valderas, quiera actualizarlo para justificar asaltos a supermercados. Ni Valderas ni Gordillo ocupan sillón por los votos de los 5.000 carnets que dijeron para que pudieran sentarse cómodamente a participar en la lapidación de la clase media que es la que mantiene, con su trabajo y sus impuestos, este cotarro.

Porque a ver de dónde sale la pasta para parados, pensiones, salud y educación para todos y todas. Hasta para sus propios sueldos. Y en vez de darles traca a los que declaran millones de renta y ganancias anuales -que seguirían viviendo como sultanes con menos de la mitad de lo que poseen- exprimen a los que tienen una nómina fácil de atracar con un simple decreto. Lo más curioso es que entre éstos -profesionales de todo tipo, muchos con trabajos de gran responsabilidad- hay votantes de IU. Han olvidado que están donde están por más de 400.000 papeletas y no solo por sus 5.000 militantes. Cómplices de la política servil de Griñán y compañía, se parapetan tras la barricada del no pasarán; pero como ya han pasado, la culpa es de todos menos de ellos. Y no sueltan la poltrona ni con agua hirviendo, en vez de decir: “la hemos cagado y nos piramos a la oposición de verdad, la que nos corresponde, que para palmeros ya hay muchos”. No. Ahí siguen, tragando carretas y carretones, con una jeta de cemento armado, contribuyendo con su ciega cobardía política -y sus intereses- al derrumbe del entramado social que tanta tinta, talento y sangre han costado para poder medio ensamblarlo. Prefieren ser abejorros zumbones que moscas cojoneras. Prefieren hacer la vista gorda ante la red clientelar que tiene montada la Junta (mientras entonan la Internacional con el puño en alto -da igual que sea el diestro o el siniestro-) y conseguir una buena foto, que protestar ante los puestos a dedo en la administración y el imperio del mérito político frente al del trabajo y el estudio. Prefieren, en definitiva, robar comida que atracar librerías, porque tampoco tienen gran interés en que el pueblo esté bien formado e informado. Se les cae el chiringuito, como ya se les ha caído varias veces.

No es de extrañar, por tanto, que todo aquél que discrepe de la gestión política de la “izquierda” sea tachado de facha impresentable. Pues miren ustedes, griñanes, valderas y gordillos: el peor mentiroso es el que miente a los que no tienen otra opción que creerlos. El peor lobo es el que se disfraza con un vestido rojo. Y mire usted señora: su hijo es un delincuente feísimo, su equipo es malo a reventar, su ciudad apesta y su barrio es un auténtico estercolero.

Usted no tiene la culpa: la tienen los demás.

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